Lautréamont


Isidore Lucien Ducasse es considerado uno de los más extraños fenómenos de la literatura francesa de todos los tiempos. Nacido en Montevideo en 1846, viajó en su adolescencia a Francia, estudió en Tarbes y Pau, se afincó en París y allí, tras algunas aventuras, murió a los 24 años, tal vez de escarlatina.
Sus restos fueron a dar a un osario común y se perdieron para siempre.
Ducasse se crió en la Montevideo del Sitio, y su lengua madre no era estrictamente el francés, sino una melange de formas dialectales pirenaicas, más el francés parisino de su padre (cónsul en Uruguay), más el español ya rioplatense de muchos amigos y compañeros de juegos, más el gallego de algunos sirvientes... El resultado de ese multilingüismo fue un libro publicado en el siglo XIX que revolucionó
la literatura francesa del siglo XX, escrito por un francés nacido en Uruguay que no dominaba del todo el idioma en el cual elaboraba sus textos.
Ducasse firmó su primer libro como El conde de Lautréamont. Lo tituló Los Cantos de Maldoror y su edición pasó sin pena ni gloria por algunos escaparates parisinos en 1870. Después editó, poco antes de morir, ya con la firma de Isidore Ducasse, una plaquette de Poesías, que tampoco causó efecto alguno.
En 1896, Rubén Darío redescubría a Lautréamont y lo incluía en su libro Los raros.
Pero fue con la irrupción del surrealismo y hacia 1920 que la figura de Lautréamont adquirió
su talla universal. Sus Cantos se reeditaron una y otra vez, se tradujeron a todos los idiomas modernos, se estudiaron y analizaron. Se trata de un libro inclasificable poblado de fantasmagorías, delirios, violencia y desesperación. Escrito en prosa, es poesía. Bachelard dijo que era “un infierno del psiquismo”. Ese raro surrealista que fue Lacan lo tildó de “abismal”. Dalí lo ilustró una y otra vez.
Y Magritte. Y Joan Miró. Lautréamont siempre reivindicó su condición de montevideano. A esta ciudad la llamó “la coqueta”, y alguna vez soñó con regresar a morir aquí. Su hazaña cultural fue extraordinaria, pues fijó las líneas del surrealismo casi medio siglo antes que Breton y sus cofrades siquiera pensaran en ello. Cada dos años se realiza un coloquio mundial sobre su obra. El último fue en Tokio. _

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